Almagro sigue en silencio
Posiblemente, con la cercanía del próximo cambio de estación, muchas de las personas que habitualmente leen estas líneas ya tienen la mente puesta en planificar las vacaciones del período estival.
Me voy a permitir, sugerir un destino que no tiene nada que ver con aquellos habituales de sol y playa que se ofertan por doquier. Un lugar donde la historia se hace presente. Estoy hablando de Almagro (Ciudad Real).
Erguida sobre la meseta manchega, en el corazón mismo del Campo de Calatrava, se sitúa Almagro, protagonista durante la formación del Imperio Español y testigo privilegiado de su decadencia.
Tanta historia ha templado la naturaleza de este villa, declarada Conjunto Histórico-Artístico, que hoy en día es una merecida aspirante al título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad. Pero algo que la hace especial, es la atmósfera de época pretérita que emana desde cualquiera de sus rincones y se impregna en el alma del visitante.
Pasear por las calles de Almagro invita a sumergirnos en su pasado, en la grandiosidad de sus iglesias y conventos, o en la perfecta traza de su inalterado Barrio Noble. Todo parece inalterable al paso del tiempo, un lugar tranquilo que hasta hace no mucho, estaba revolucionado gracias a la figura de un ciclista.
Era sábado, de un día como hoy, 19 de Junio, del año 1999. Ya hace 8 años. Aquel fatídico día, Manuel Sanroma Valencia (Almagro, 9 de mayo de 1977 – Sant Pere de Rives, 19 de junio de 1999) veía truncada su vida y su incipiente carrera deportiva, por un fatal accidente cuando restaba un kilómetro y medio para la llegada a la meta de la segunda etapa de la Volta a Catalunya.
En una caída donde también dieron con los huesos en el asfalto corredores como Svorada y Planckaert, que no sufrieron ninguna herida de gravedad, el ciclista manchego por desgracia golpeó su cabeza con el bordillo de la carretera y perdió mucha sangre falleciendo poco después camino del hospital.
El ciclista estaba enrolado en las filas del modesto equipo Fuenlabrada. Hijo del carnicero con puesto en el mercado municipal de Almagro, Sanromá comenzó en el deporte del pedal de la mano del Club Ciclista Almagreño, animado por su padre, gran aficionado, que también fue ciclista en su juventud, aunque nunca se dedicó a ello de manera profesional, si bien consiguió numerosos triunfos en competiciones de carácter provincial y regional.
Se inició junto a su hermano Jerónimo, en el ciclismo siendo un niño, y en el año 1999 debutaba en el profesionalismo, aunque ya un año antes, subió al escalafón profesional mediada la temporada. En tan pequeño período de tiempo, el infortunado ciclista ya empezaba a destacar como gran velocista, especialmente a raíz de su triunfo ante “Il Capo Canioneri” del momento en la Vuelta Ciclista a Valencia, Mario Cipolllini, el gran ídolo del ciclista manchego.
La popularidad de Sanroma, iba creciendo pedalada a pedalada, y en Almagro especialmente y en la provincia de Ciudad Real en general, se seguían todas las pruebas en las que tomaba parte.
Su tarjeta de presentación en el mundo del ciclismo profesional, la puso en el año 1998, cuando en Julio debutaba en el GP de Getxo clasificándose en la cuarta posición.
En su corta trayectoria como profesional, en la que no estuvo ni tan siquiera un año natural, había acumulado un buen número de victorias en pruebas tales como la Vuelta a Venezuela, Vuelta al Alentejo, Vuelta a Asturias y Vuelta a Valencia.
Esto había atraído el interés de otros equipos y se estaba convirtiendo en uno de los ciclistas más codiciados del pelotón nacional. Pero a pesar de ésto, Sanroma quiso ser fiel a sus descubridores, a Maximino Pérez y a la escuela de Fuenlabrada y prueba de ello es que tenía pensado estampar su firma el día 25, en un contrato que le iba a unir al equipo durante tres temporadas más.
Un contrato que jamás de llegó a firmar, y en el que tampoco pudo disfrutar del flamante coche, que cuatro días antes, le había regalado el técnico del equipo saldando así la deuda de principios de temporada, en la cual se apostaron un automóvil si el malogrado corredora ganaba más de cinco pruebas en la temporada del año 1999.
El ciclista no se creía lo que le estaba pasando, puesto que un joven y recién llegado al ciclismo profesional, era la estrella de un equipo modesto, en el que todo el conjunto estaba a su disposición, y estaba obteniendo tanto él como el propio equipo mayor repercusión que otros conjuntos con ciclistas consagrados y mayor poder económico. Estaba como un chaval con zapatos nuevos, y en la salida de la prueba en la que trágicamente encontró la muerte, no dejaba de repetir, que estaba deseoso de que llegara el día 28 para poder coger el regalo en forma de automóvil.
Pero aquello jamás sucedió, y fueron varios miles de personas las que despidieron en Almagro los restos mortales del ciclista. Se paralizó la vida cotidiana en señal de duelo, permanecido incluso los establecimientos comerciales cerrados, en uno de los días más tristes que se recuerdan en la localidad manchega.
El féretro, rodeado de numerosas coronas, fue portado a hombros desde la capilla ardiente hasta la iglesia donde se ofició el funeral y de ésta hasta el cementerio por varios amigos y compañeros de los clubes ciclistas Fuenlabrada y Almagreño. También asistieron al sepelio los directores deportivos de varios equipos, compañeros de profesión deportiva y algunos antiguos ciclistas como Pedro Delgado, Anselmo Fuerte y Eduardo Chozas que no quisieron faltar a la despedida del ciclista.
Antes de ser enterrado el joven ciclista, el consejero de Educación y Cultura de la Junta, Justo Zambrana, le impuso la Medalla de Oro de Castilla-La Mancha al Mérito Deportivo. El secretario de Estado para el Deporte, Francisco Villar, firmó la concesión de la Medalla de Plata de la Real Orden del Mérito Deportivo a título póstumo, que días más tarde recibieron sus familiares.
Y también, después de varios años, sentenciaron a los organizadores de la Volta a Cataluña a indemnizar a la familia de Manolo Sanroma con un total de 132.154 euros, por la falta de previsión en la seguridad de la carrera.
Desde aquel día, aunque se recuerda a través de pruebas ciclistas la memoria del ciclista, y se observan en diferentes establecimientos la figura del ciclista en fotografías y recortes de prensa, la vida de Almagro sigue estando tan apacible, tranquila y serena, como lo ha estado a lo largo de los siglos.
Un día como hoy, aquel imberbe ciclista que convulsionaba la vida sosegada de sus vecinos con sus actuaciones, dejaba este mundo. Valgan estas líneas para recordar la figura de un ciclista que podía haber cambiado el signo del tradicional perfil ciclista de los últimos tiempos, en el que se minusvalora a este lado de los Pirineos a todo aquel ciclista catalogado como sprinter.