19 de agosto de 2008

La Guajira de Plata

Una de las estampas fotográficas de los pasados Juegos Olímpicos de Pekín que encontrará alojamiento en el álbum memorístico de los aficionados, es aquella en la que Leire Olaberría recibe su medalla con los ojos llenos de lágrimas. Un estampa maravillosa de una mujer que, con el llanto, emanaba una felicidad que no podía expresar con palabras.

Junto a ella estaba Marianne Vos. La menuda ciclista holandesa llegaba a Pekín con el objetivo de subirse a lo más alto del pódium y desde tan privilegiado lugar saludaba al público congregado en el velódromo de Laoshan. Su rictus era de quien se sabe con el deber cumplido. Una nueva muesca que añadir al revolver de una ciclista, que a pesar de su juventud, es irrepetible.

La tercera de las mujeres que estaba subida en el pódium era la cubana Yoanka González. Una ciclista cariacontecida y con un gesto de felicidad forzado que no disfrutaba de la medalla de plata como un mes antes le hubiese gustado. La realidad era, sencillamente, que la velocista cubana no deseaba estar en Pekín.

Tan sólo un mes antes, cuando el lunes 14 de Julio comenzaba a consumir sus primeras horas, la ciclista se despertó sobresaltada con una llamada telefónica. Primero parecía que no era posible, pero la realidad era más caprichosa que cualquier sugestión. Al otro lado de la línea, le comunicaban que el mejor ciclista cubano de la última década, Pedro Pablo Pérez (3P), había sufrido un accidente de gravedad. El parte médico del Hospital Abel Santamaría, de su natal Pinar del Río, señalaba que el ciclista había sufrido una grave lesión neurológica que lo mantenía en estado de coma.

Una tragedia para el ciclismo cubano. El pinareño, de 31 años y pentacampeón de la Vuelta Ciclística a Cuba, (2000, 2001, 2004, 2006 y 2008) estrelló su automóvil ruso en el municipio de San Cristóbal, a unos 200 kilómetros al oeste de la capital cubana,y se debatía entre la vida y la muerte. Una tragedia para Yoanka González, ya que el destino de ambos ciclistas hace tiempo se había unido mediante el matrimonio.

Yoanka González Pérez nació en Cifuentes (Cuba) el 9 de enero de 1976 y decepcionada con su resultado en Atenas 2004, tenía nuevamente la posibilidad de luchar por los puestos de privilegio en unos Juegos Olímpicos, a tenor de sus recientes resultados. Sin embargo, el accidente de Pedro Pablo truncó su ilusión. Ella deseaba vivir junto a su esposo la cita de Pekín, no en vano Pedro Pablo Pérez había conseguido la plaza para la prueba de ciclismo en ruta. Ambos soñaban con pedalear juntos para el pueblo cubano, y conseguir la primera medalla de la historia del ciclismo de su país, pero ya no iba a ser posible.

Incluso el deporte queda en un segundo plano, cuando un ser querido se debate entre la vida y la muerte. Por este motivo, c
asi no toma el avión a Pekín. Estaba acongojada porque las noticias que llegaban desde el hospital no eran buenas. El líder cubano, Fidel Castro, la alentó a través de uno sus artículos proclamando la admiración que sentía por una atleta, como ella, que a pesar de las circunstancias adversas, siempre brillaba por su calidad humana y patriótica.

Era lógico pensar, y muchos así lo hicieron, que el accidente automovilístico de Pedro Pablo Pérez implicaría una presión psicológica enorme para su compañera en la vida. Pero, en un instante casi fugaz durante el abanderamiento de la delegación, el Presidente de Cuba, Raúl Castro, tuvo también palabras de aliento dedicadas a la ciclista, que escoltaba el estandarte cubano. Aquel momento, y el cúmulo de sensaciones, fue un resorte que removió a la atribulada Yoanka.

La "guajira de Cifuentes", como gustan sus allegados en llamarla, intentó sobreponerse, hizo la maleta y marchó junto con la delegación cubana rumbo a la capital china. Con temple de hierro, la cubana estuvo en la ceremonia de inauguración, mordiéndose los labios porque mientras miles de atletas desbordaban de alegría, ella encaraba el inicio de la competición con sentimientos encontrados.

Su entrenador, Leonel Álvarez, había definido junto a la ciclista una estrategia muy clara para la disputa de la prueba. Su objetivo era imponerse en el mayor número de “sprints” posibles haciendo un cálculo de que en cuatro sería factible salir victoriosa.

Desde el inicio, las favoritas empezaron a anularse entre ellas, con la excepción de la inalcanzable Marianne Vos que fue la única capaz de sacar una vuelta al grupo. También se dio la circunstancia, que un encontronazo en forma de caída dentro del grupo, precipitó el abandono obligado de algunas de las contendientes. Con lo cual, la ciclista se vio obligada a reinventarse al contemplar que su táctica iba a ser de imposible aplicación.

Al ir desarrollándose la prueba a un ritmo muy fuerte, donde todas las ciclistas intentaban disputar los diferentes “sprints”, pensó en ir paulatinamente arañando puntos a los que sumar a su cuenta. Cualquier punto, ante una carrera semejante, era bueno.

La ciclista era consciente de que llegaba al último tramo de la carrera igualada con sus rivales y se reservó para dar todo en el último sprint. En esta ocasión, ese determinante desenlace si salió como imaginó en su mente, y felizmente para ella, alcanzó la medalla de plata en la prueba considerada por los especialistas, la más compleja, habida cuenta de combinar tanto velocidad como resistencia.

Dicen que el amor mueve montañas y al parecer también consigue medallas. O al menos así le resultó a la pedalista cubana, ya que corrió pensando en su esposo, a tenor de las palabras que repetía una y otra vez tras la conquista de la medalla, y que no hacían referencia a nadie que no fuese su marido.

Ahora, en su casa, sostiene la medalla de plata en la mano como si no quisiera soltarla nunca, pero no fueron pocas las veces que la "guajira de Cifuentes", pensó en no asistir a los Juegos Olímpicos de Pekín, porque le faltaba algo grande en su vida. Tanto ella como su esposo habían soñado con estar juntos en la capital china, en pedalear por una medalla, pero el accidente había dejado a Yoanka con un gran dolor en el alma y una interrogante sobre su futuro deportivo. Pero tras ganar la medalla de plata, ha sido consciente de que todo el sacrificio no había sido en vano, porque esa medalla ha sido, sin duda, uno de los mejores medicamentos para su esposo.

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11 de agosto de 2008

Corred malditos

Una vez consumida la primera mitad de los oficialmente llamados "Juegos de la XXIX Olimpiada" se confirma, tal y como se esperaba, que ningún sobresalto perturbará ni pondrá en evidencia el régimen de Hu Jintao y que los últimos días de competiciones discurrirán también, de la forma plácida que había planificado la metódica organización.

La contundente imposición a los deportistas del más absoluto de los silencios por parte del Comité Olímpico Internacional y por extensión de sus comités nacionales ha posibilitado el mutismo absoluto y en consecuencia los resultados deseados por el presidente de la República Popular China.

Para el deportista en general, y por tal extensión, para el ciclista como notable ejemplo ilustrativo, se puede dar por válida la idea equina que se asocia a su figura. Por un lado, majestuoso y bello animal mítico objeto de culto y a su vez bestia de carga exprimida al máximo. Complaciente, sumiso, respetuoso del orden establecido y abanderado de las causas que interesan a otros, no de las que le puedan interesar a él, a cambio de sentirse admirados y venerados.

El deportista mudo que debe desprenderse de su cerebro es un ideal rabiosamente político, ya que sin lugar a dudas, lo que consagra al sujeto son los intereses de quienes, a su vez, hacen del deporte un arma ideológica. No deja de ser curiosa tal afirmación, puesto que la Carta Olímpica prohíbe toda clase de manifestaciones políticas, religiosas o raciales, y por tanto existe una gran contradicción.

Realmente, esa norma reguladora del Movimiento Olímpico, que contiene los principios fundamentales y las reglas de aplicación además de fijar las condiciones para la celebración del magnificente evento deportivo, está establecido por los beneficiarios del espectáculo. Y sin lugar a dudas, no son otros que las cadenas de televisión, marcas comerciales y especialmente, aquellos gobiernos con patente inequívoca de patriotismo.

Sería una gran hazaña, despolitizar de verdad los Juegos, pero no empezando por acallar a unos deportistas que, no nos engañemos, tampoco son la quintaesencia del compromiso ideológico ni de la conciencia social.

Uno que esto escribe, admitiría de buen grado que a los deportistas se les desaconsejara meterse en política si en justa correspondencia los políticos no se metieran en el deporte. La realidad dice que esto no es así. Simplemente basta con ver la nutrida representación de fuerzas vivas y semi-vivas que engalanan las diferentes expediciones de deportistas, pero especialmente la gigantesca campaña de imagen levantada por el régimen de Hu Jintao en torno a los Juegos de Pekín.

El deportista, acaba siendo simple y llanamente el medio humano para alcanzar el objetivo. Que galopen, pero que nunca relinchen.